En realidad, mi carrera de escritor no había acabado de arrancar nunca, así que difícilmente podría abandonarla. Más justo sería decir que la había abandonado apenas iniciada. En 1989 yo había publicado mi primera novela, como el conjunto de relatos aparecido dos años antes, el libro fue acogido con notoria indiferencia, pero la vanidad y una reseña elogiosa de un amigo de aquella época se aliaron para convencerme de que podía llegar a ser un novelista y de que, para serlo, lo mejor era dejar mi trabajo en la redacción del periódico y dedicarme de lleno a escribir. El resultado de este cambio de vida fueron cinco años de angustia económica, física y metafísica, tres novelas inacabadas y una depresión espantosa que me tumbó durante dos meses en una butaca, frente al televisor.(fragmento de Javier Cercas)
Gracias a la posición horizontal adoptada, delante de la pantalla encendida durante las 24h del día, y sobrevivir a base de croquetas, que me traía mi madre en cantidades industriales, conseguí engordar 80 kg más y llegar a una gran conclusión: tenía que crear mi propio negocio para poder salir de esa lamentable situación a la que me había conducido la literatura.
Montaría una agencia de caza fantasmas, no como la película de 1984 “Ghostbusters”, yo no iba a ir atrapando espectros ni entes que van dejando mocos por todas partes, yo secuestraría y torturaría a los fantasmas o dicho de otra forma: “pseudo-famosos”. Esa especie de seres, que van a islas desiertas por que fueron novios, amantes o conocidos de alguien popular y que han de volver a casa corriendo por que echan de menos su taza de váter.
Después de inventar un bonito logo para la empresa, inspirado en el de la película y poner varios anuncios en las redes sociales, me di cuenta que de esta forma tampoco me ganaría la vida, no iba a conseguir el éxito ni podría montar una cadena de franquicias en distintos países para aniquilar los pamplinas locales de turno. La gran ingesta, antes mencionada, de ese delicioso manjar llamado croqueta, se fue pegando en toda mi masa muscular convirtiéndome en un ser obeso con grandes dificultades para el movimiento y de sudoración fácil.
Es decir que mi aspecto físico no provocaba ningún tipo de empatia en ese tipo de gente, que no han escrito ni una redacción en el colegio y menos a esos personajes que como van de invitados estrella a 4 discotecas, ya les ponen guardaespaldas o bien llevan una cuadrilla de amigos que no permiten que te acerques a tu objetivo por que estás GORDO y puedes estropear alguna foto robada, por que se te ve la cabeza pequeña entre tanta grasa.
Entonces volví a sopesar la idea: ser autónomo y libre pero apaleado por los impuestos, es decir escritor freelance o trabajar para una multinacional de cualquier cosa.
Decidí que lo volvería a intentar: Montaría otro negocio.
Esta vez construiría un refugio subterráneo, para poder esconderse de todos esos incultos a los que les hayan comido el celebro y prefieran estar de público, en un plató de tele, para ver como unos chalados discuten si el color de los zapatos, en el momento del acto sexual, es directamente proporcional a la intensidad del orgasmo alcanzado.
Teniendo en cuenta mi peso y que me cansaba en seguida, avanzaba muy lentamente en la perforación del suelo elegido. Para quien no lo sepa el asfalto es muy duro y conseguir traspasar esa capa negra me llevó varias semanas.
La idea era hacer un “refugio-muestra”, para que los interesados lo pudieran visitar y luego iríamos construyendo más habitáculos especiales, para la supervivencia de la raza culta. Ya puestos en gastos les vendería el lote de alimentación básica para estos casos, que consistiría en 5000 croquetas hechas por mi santa madre, pero evidentemente, siempre dando la opción al cliente, de llevárselas congeladas o fritas.
Buscando por internet información sobre la ventilación que se necesita para no morir dentro de las cuatro paredes, que reconozco pueden dar un poco de claustrofobia, averigüé que en Estados Unidos ya tenían esta idea patentada.
En Arizona hay ya muchas casas, que debajo del jardín tienen un búnker para protegerse de invasiones de zombis, extraterrestres, plagas de insectos, turistas o lo que fuera y con un poco más de inversión inicial hasta de una guerra nuclear.
Destrozado porque me habían robado la idea, salí a la calle sin rumbo, con la ropa ancha recogida con un cinturón con muchos agujeros y paré delante de un hipermercado que tenía un cartel en la puerta donde se podía leer: “Falta personal”.
Me armé de valor y entré.
Me contrataron enseguida, quedaron gratamente alucinados con lo rápido que podía entender una hoja de instrucciones del material a reponer, pero aún les sorprendió más los callos que tenía en las manos. No entendían como una persona que había terminado una carrera universitaria, más 2 másters, se pasara horas en el gimnasio levantando pesas.
Preferí no explicarles que la verdad era otra, tener que dar explicaciones de como agujerear una acera o una calzada, sin ningún tipo de herramienta eléctrica, ni mecánica, no era una conversación demasiado adecuada para entrar con buen pie en un trabajo.
Al poco tiempo me ascendieron al departamento de cajas, aunque tuve el detalle de informar a mis jefes, que yo era de letras, no lo consideraron un problema, ya que en realidad el cajero no tiene que hacer nada más que ir pasando los productos uno a uno, por delante de un escáner, introducir la forma de pago y si es en efectivo, marcar el importe que te dan y entregar al cliente la cantidad que sale marcada en la casilla de cambio.
Convertirme en jefe de cajas sin saber contar fue un reto, pero reconozco que ahora puedo sobrevivir y de pasada publicar mis historias en un blog que solo leen dos espías del servicio de inteligencia americano y tres hackers rusos que les siguen los pasos.
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He conseguido un contrato a mi madre como fabricante, en exclusiva de croquetas para la cadena de hipermercados, donde yo trabajo. Ahora no como muchas por que las tengo que pagar.
A mi madre la veo poco, desde que su cuenta corriente se está engrosando, se ha permitido el lujo de darse algunos caprichos que se han traducido en unos cuantos retoques. Ya le tengo contabilizadas 10 operaciones de estética y me ha confesado por whatsapp que se quiere ligar un torero de moda, al que le gustan las maduritas.
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